Desde la atalaya. Toros, celtas cortos y ética.

Quizás hubiese sido mucho más ejemplificador que el portavoz de Nuevos Aires no hubiese usado el alegato de que la práctica de regalar entradas a quienes les da la gana es algo que otros hicieron.

 

Toros y Celtas Cortos son expresiones que me recuerdan un tiempo de antaño. Los Celtas Cortos eran unos cigarros que fumaban la gente más humilde. Eran cigarros sin boquilla que se deshacían en los labios de los empedernidos fumadores, muchos de ellos curtidos por el viento y la sal. El conocido «Chester obrero» venía a ser una de las imágenes más comunes de la década de los 60 junto a los toros, aunque la conocida como fiesta nacional tiene una trayectoria histórica mayor. Los toros durante generaciones fueron al mismo tiempo una fiesta popular y un posible ascensor social. Literatura y folklore, tradicionalismo y costumbrismo enardecieron el mundo de los toros desde una óptica y una sensibilidad muy distinta a la del siglo XXI, porque todo cambia.

 

Nadie podría pensar a finales de los cincuenta los anuncios que hoy vemos para prevenir el tabaquismo. Nadie podría imaginarse en aquellas fechas una cajetilla de Celtas Cortos con mensajes como “fumar mata” u otros mucho más visuales que muestran el daño que provoca el tabaco. Las sociedades avanzan y, en ese avance, parece lógico que algunas costumbres sean superadas por muy arraigadas que estuvieran en el ADN de la sociedad, o por muy terapéutico que podría ser olvidar las penas y sin sabores viendo salir el humo del Celta Corto.

 

Al igual que estos cambios, otros muchos aspectos relacionados con los derechos de la mujer, de la infancia, de libertad de expresión y reunión o de identidad sexual han cambiado en nuestra sociedad. Sin embargo, parece que otros se resisten más; y en ese movimiento pendular que de tarde en tarde parecen sufrir las sociedades, incluso pueden retomar cierta popularidad, aunque representen valores no acordes a los tiempos que vivimos.

 

También en la acción política hay o deberían haberse superado determinadas prácticas relacionadas con el enchufismo, el nepotismo o el amiguismo que se asemejan a las formulas caciquiles decimonónicas del uso del poder y que chocan frontalmente con una ética política donde “la mujer del césar lo sea y lo parezca”.

 

Por ello, cuando en el último pleno (en el fragor del debate sobre la polémica corrida de toros, las imprecisiones y desmentidos y los fallos e incluso posibles responsabilidades) el portavoz de Nuevos Aires espetó al grupo socialista (cuando preguntaron por la cantidad de entradas que el PP y Nuevos Aires regalaron para la corrida de toros) que no podían dar lecciones de ética y moral, ya que el PSOE también regaló entradas para el concierto de Celtas Cortos, el pleno se devalúo. En ese momento todo el escenario político local se retrotrajo a épocas pasadas  que deberían estar superadas.

 

Quizás hubiese sido mucho más ejemplificador que el portavoz de Nuevos Aires no hubiese usado el alegato de que la práctica de regalar entradas a quienes les da la gana es algo que otros hicieron. Quizás hubiese sido mejor escuchar una propuesta para establecer un compromiso de todos los grupos políticos y que esta forma de entender la responsabilidad de gobierno pase de una vez por todas a la historia como pasó fumar Celtas Cortos. Ello podía fomentar el actuar éticamente desde el poder sin tener que volver a escuchar el argumento “y tú más”, porque a la postre las entradas regaladas para ver a Celtas Cortos no sirvieron para ganar la alcaldía y puede que pase lo mismo con las entradas de los toros.