Esta semana llama la atención la cumbre que se ha celebrado en el Senado y donde reaccionarios de extrema derecha de todas partes del globo esparcen ideas contra el derecho al aborto, a una muerte digna con la eutanasia, contra los derechos LGTBIQ+, etc. Hablan de defensa de la vida, pero permanece impasible el ademán viendo cómo mueren a diario niños y niñas en Palestina, machacados vilmente con el silencio cómplice de muchos de ellos. Tampoco se preocupan de cómo la hambruna azota a zonas del mundo o de esas condiciones de esclavos que muchas personas padecen en países del tercer mundo para producir pingües beneficios al capital del primer mundo.
En este escenario se observa que la batalla cultural de la extrema es una estrategia internacional y desde estas instancias se financia la divulgación de estas ideas retrógradas. Pero, además, en cada país, estos grupos despliegan ideas propias de su contexto.
En España parece que cada vez cobra mayor cuerpo el querer dar una versión amable de lo que fue la dictadura franquista. La extrema derecha lo ha llevado incluso al Congreso de los Diputados y muchos de sus simpatizantes lo repiten en todos los lugares, como sacando pecho de su ignorancia, pues, a poco que se haya leído algo de Historia, se sabe que todos los estudiosos con autoridad académica han calificado esa época como un periodo histórico que no benefició en nada al conjunto de la sociedad española. Son muchos los datos que nos indican que hoy (más que nunca en las últimas décadas) algunos quieren confundir lo que realmente fue con lo que les gustaría que hubiese sido.
Posiblemente, a muchos de ellos en el franquismo no les fue mal; es más, probablemente gozaron de prebendas y, sobre todo, mantuvieron unos privilegios. Aquí en Tarifa se debería saber bien qué quiere decir esto. Por poner un ejemplo baladí, cabe recordar cómo en los años 50 y 60 mucha gente de a pie se quedó con las ganas de entrar en una caseta de feria o baile que era reservado para unos pocos. Pero podemos poner otros ejemplos más sangrantes. ¿Quién no conoce a alguna persona trabajadora que, cuando fue a recoger su vida laboral, en ella faltaba la cotización de la mitad de los años trabajados y sin que nada pudieran reclamar, pues los sindicatos no existían?
La dictadura fue una pérdida de derechos, como los de igualdad ante la ley; derechos laborales; derechos de libertad de expresión (esa que ellos piden teniéndola); derechos pisoteados de las mujeres, que estaban supeditadas a los hombres hasta para abrir una cartilla de ahorro; derecho a una sanidad que para la gente de a pie era solo una beneficencia; derecho a una educación que terminaba su obligatoriedad a los 10 años y dejaban a esos niños y niñas en disposición de trabajar en su infancia; … Derechos en tantos campos de la vida social y personal, supeditados a los criterios de una dictadura.
Por supuesto, a los poderosos les daba igual. Como igual le daba a mucha gente que ocupaba un puesto en el sistema y que podían mantener una cierta afinidad. También había sectores sociales inconscientes de lo que eran sus derechos pisoteados, pero que agitaban sus pañuelos saludando al dictador. Negar este entramado de intereses es absurdo. Claro que hubo gente afín al dictador, pero una minoría con respecto a la población general. Una minoría muy ruidosa porque, envalentonada, sabía que cualquier conducta se podría justificar solo con alegar defensa del régimen y de los principios del movimiento.
La mayoría de la gente, y muy especialmente en las universidades y zonas de industria, luchaba por conquistar esos derechos arrancados de forma violenta con el golpe de Estado y la represión que causó tanto daño y dolor. Hace años escuché preguntar a Nicolás Sartorius (uno de los padres de la Constitución) cómo él, siendo de la nobleza, había llegado al Partido Comunista. El veterano político izquierdista no dudó en responder que a esas ideas políticas se llegaba por dos vías. La primera, por haber sentido la explotación y represión de la dictadura en las propias carnes, lo que no era su caso. Pero también se llegaba por el estudio y el análisis de la realidad y sus injusticias, que fue su verdadera senda.
A mí se me antoja que hay, al menos, una tercera posibilidad híbrida de las dos anteriores. Haber vivido las injusticias de la dictadura de forma directa o indirecta y haber tenido la suerte de poder estudiar y, con ello, conocer interpretaciones de la Historia basada en datos y análisis, no en mentiras y bulos. Por mucho que los ultras se empeñen en cambiar la Historia.