Llega esta semana y, como el que no quiere la cosa, las personas nos deseamos todos los parabienes, incluso a aquellas con las que normalmente no solemos tener relación, tan solo su nombre guardado en la agenda de contactos de esos pequeños ordenadores personales que son los móviles. Las felicitaciones van y vienen por doquier. Las redes sociales se llenan de mensajes típicos de estas fiestas, deseos de amor, paz y felicidad (algunos de producción propia, otros genéricos) que son compartidos y replicados hasta la saciedad.
Las calles llenas de luces, en algunos casos de forma exagerada, muestran que hay ayuntamientos que compiten en ver quién tiene más bombillas de iluminación (que no intelectuales) y gastan cantidades ingentes de recursos económicos alegando que supondrán una activación de la economía. Con ello, nos recuerda que esta fiesta ha sido ocupada, en buena parte, por los mercaderes que fueron expulsados del templo.
En nuestra tierra, los Belenes en espacios públicos y privados vienen a recordarnos un espacio idílico donde las ovejas y los pastores muestran la calidad de la vida bucólica de un territorio donde hoy todo es desesperación y donde el ruido ensordecedor de las bombas nos arroja a la cara un día sí y otro también los números de personas asesinadas en Palestina. Muchos niños y niñas asesinadas nos recuerdan que el día de los Santos Inocentes está pronto a llegar. ¿Cómo se sigue permitiendo semejante barbaridad?
La cantinela de los números de la lotería por los niños de San Ildefonso vistos por la TV muestra claramente cómo ha cambiado nuestra composición social: niños y niñas que reflejan el componente migrante de esta España del siglo XXI, por mucho que pese a algunos. Finalizado el sorteo, queda el consuelo de la salud.
Las comidas familiares, entre amigos o de empresas colapsan los establecimientos de hostelería… y todo ello con las ganas de pasarlo bien. Sin embargo, mucha otra gente no lo podrá hacer. La pérdida de seres queridos marca estas fechas con una tristeza proporcional al recuerdo de la felicidad vivida en otras navidades, especialmente durante la infancia. El dolor debe ser mucho más denso allí donde se ha vivido recientemente de forma colectiva, como en Valencia por la DANA.
Escucho y me cuesta creer que personas pertenecientes al colectivo LGTBIQ+ no puedan compartir la cena de Navidad en familia por el rechazo que alguno de sus miembros tiene a que ejerzan su libertad de ser ellas mismas. Concretamente, leo que <<seis de cada diez personas del colectivo LGTBIQ+ “se meten en el armario” para poder volver a casa por Navidad>>.
Los villancicos por bulerías llenan cada vez más los momentos musicales, como si no hubiese otros. Jerez se convierte en estos días en “una gran meca del pasarlo bien” y la gente va allí o contrata artistas de esa localidad para mostrar su gracia y salero al compás de una zambomba. Cada vez resuenan menos los villancicos populares, a pesar de que Bisbal nos haya recuperado el Burrito Sabanero.
Y aquí, en el sur del sur, la vida sigue su discurrir hasta que, como dice uno de esos villancicos cada vez más olvidados: “la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Mientras tanto, Feliz Nochebuena y Navidad y que el próximo año se vean cumplidos muchos de vuestros sueños.