Tiempo de narcisos silvestres

Por Lidia Chico
Me gusta resaltar las maravillas del mundo rural y hoy me asomo por aquí de nuevo para hablar sobre dos cuestiones que siento estos días.
Una de ellas es que empezando los compases del invierno, en mis agradables paseos por el campo, observo que vuelven a florecer los narcisos silvestres ( Narcissus papyraceus); lo hacen con cierta timidez, no hay muchos ramilletes, están dispersos y en estos días de fuerte levante parecen que danzan cómo si temieran que el viento los arrancase de cuajo. O quizá, se doblan para que el viento no los rompa y así poder esparcir su aroma.
Un aroma que a mí me apasiona. Es cogerlos, pidiendo permiso a cada uno de ellos para formar un ramillete, y acercarlos a mi pituitaria, de la que estoy bien dotada, y no querer retirarlos de ahí. Es un olor dulzón cómo me dijo mi vecino Michel, parecido al aroma de las flores de la Dama de noche( Cestrum nocturnum); el experto botánico no lo soporta. La gente del campo llaman al narciso silvestre, “meado de zorra” esto es quizá una señal de que no tiene muchos adeptos.
La otra de las cuestiones que han llamado mi atención, es que cada vez que, viendo las noticias nacionales, veo alguna sobre la España vaciada se me encoge el corazón. Y por otro lado, me llena de alegría cuando alguna de estas noticias es sobre alguna aldea que vuelve a tener habitantes y se empieza a llenar de nuevo de vida, algunas hasta con proyecto de abrir escuela o bibliotecas.
Guadalmesí, como cualquier entorno rural sufre cierto envejecimiento de los vecinos que en él habitamos, es más, algunos optan por la venta de sus propiedades, y vemos con alegría que llegan nuevos vecinos, que pasarán aquí periodos de tiempo ya sea en verano o en época invernal o bien todo el año.
Pero de vez en cuando surge un acontecimiento que a mí me llena el alma. Alguna casa, abandonada durante muchos años, y con casi peligro de derrumbe o desaparición vuelve a tener vida. Es el caso de una pequeña casa que puedo ver desde mi jardín. Cuando yo vine a vivir aquí, hace ahora veinte años, la llamaba la casita de los quesitos El caserío. Seguro que la recordáis, la que salía en la tapa de esta caja.
Me parecía y es realmente hermosa; con tejado a dos aguas, patio pequeño central y un mojinete a la izquierda con otra estancia. Yo alguna vez la visité en mis paseos por el valle. Guardaba con dignidad el número en el muro del patio y una pequeña virgen en una hornacina. Los alrededores son de una belleza increíble, cuatro pinos y una higuera, además de un naranjo y de unos granados espectaculares que, pese al paso del tiempo y al poco cuidado que han tenido han seguido dando granadas.
Una mañana me contó un vecino que la habían comprado y tenía nuevos propietarios; desde entonces, cada mañana al salir a ver el día, porque esta casa está justo enfrente de la mía, al otro lado del valle, he visto como han ido adecentando el lugar; podas, instalación de algún panel solar muy discreto que la ilumina por la noche y buenas manos de pintura han hecho que luzca más bella que nunca.
Debe ser la nostalgia y el sentir el paso del tiempo, quizá esto ocurre más cuando se va terminando un año, lo que me ha empujado a contaros sobre esto; los narcisos vuelven cada año en diciembre, y algunas casas del campo que tienen tantas historias que contar vuelven a tener una nueva oportunidad, y esto me hace sentir que es un un lujo poder ser testigo de ello.
“Cuándo llegue el año 2000 verán con asombro los tiempos cambiados”… cantaba mi madre; efectivamente los tiempos han cambiado, pero hay cosas que permanecen inmutables en el tiempo, afortunadamente, una es la llegada de los narcisos y otra el esmero y el cariño que se pone para adecentar un nuevo hogar.
Llénense de amor. Salud y feliz año nuevo.