
Hace años el Partido Popular dejó malherida la hacienda local. En la etapa encabezada por Gil, la situación económica se manifestaba como uno de los primeros problemas del Ayuntamiento. Ello, entre otras cuestiones, dio lugar a la moción de censura del tripartito. La situación era muy grave y generaba problemas que, aparentemente, no se ven, pero que lastran todas las políticas que se pueden llevar a cabo en el municipio.
Todo ello hubo que reconducirlo a base de esfuerzo y control del gasto con el acuerdo de los tres partidos. Alguna vez, la gente deberá empezar a premiar con votos a los equipos de gobierno que gestionan los dineros públicos con claridad, transparencia y sentido común. Porque no es mejor un gobierno que regala más o menos entradas a un espectáculo (eso suelen ser las migajas de desaguisados mayores), como no es mejor padre o madre quien da todos los caprichos, hipotecándose para ello hasta el cuello.
Y ahora que estábamos en un periodo vacacional, un diario comarcal nos sorprende con una noticia donde se indica que el Ayuntamiento de Tarifa destaca por no rendir cuentas en ninguno de los aspectos que marca la ley. Según refleja una noticia aparecida en dicho medio comarcal, “Tarifa consta como el único gobierno local de la comarca que no presentó sus cuentas a órgano fiscalizador”. Nos imaginamos que, en este asunto, populares y aireados no podrán decir que es herencia de los anteriores gobernantes.
Se ha comentado que, a lo largo de estos dos años del bipartito “empresarial”, la política de la hacienda local es errante y no beneficia al conjunto de la sociedad. Ahora podríamos decir que también es oscurantista, es decir, poco transparente y no hace bueno el dicho “el que nada teme, nada oculta”.
Porque, quizás, el que este tema salga ahora ayuda a comprobar dónde está la preocupación del gobierno local: en la política empresarial para la que Tarifa es una mina que explotar. Porque ahora es cuando mejor se ve esta forma de entender el pueblo. Cuando todo se llena de visitantes y las calles anchas y estrechas son invadidas por mesas o estanterías, quedando sin apenas espacio para los peatones. En esta situación parece faltar orden, sentido común y respeto por el patrimonio (como ha denunciado Mellaria). Y lo que es peor: todo ello a sabiendas de que el día que suceda algo en una de esas zonas podrá pasar una desgracia al convertirse en una ratonera.
Y es que ahora, cuando Tarifa es una mina para aquellos que ya se permiten incluso el lujo del derecho de admisión y dejan a los tarifeños y tarifeñas excluidos de entrar en determinados locales, se ve bien hacia dónde se va. Y es que, ahora, cuando Tarifa es una mina para determinadas empresas que se siguen enriqueciendo y los tarifeños y tarifeñas soportan los “efectos colaterales de tanta noche”, es cuando mejor se ve que este modelo fomenta un empleo precario que cuenta con una mano de obra tarifeña temporera utilizada única y exclusivamente como un kleenex de usar y tirar.
Porque en este modelo, Tarifa es una mina, también, para aquellos que han convertido el casco histórico en “microapartamentos” que mantienen una competencia desleal con los establecimientos regulados en materia de hostelería que deben ser accesibles, seguros, etc. Establecimientos de hospedaje que pagan sus impuestos, que deben cubrir muchos servicios y que generan, sin duda, mayor empleo y riqueza para el conjunto de la sociedad.
En definitiva, Tarifa parece ser una mina para algunos, pero no tanto para el ayuntamiento que se queja de no tener recursos. Y como estamos en un modelo de criterio empresarial, la gente deberá cargar con lo que hay, hasta que se apoye a siglas y personas dispuestas a luchar por el conjunto del pueblo y no por unos pocos. Las personas que residen y pagan sus impuestos, que contribuyen durante todo el año a mantener la vida en el pueblo, que quieren a Tarifa para vivir… al menos deben tener confianza de que los dineros públicos se usan de forma correcta, tanto en los ingresos como en los gastos. Por eso, es necesario tener las cuentas claras.