Desde la atalaya: Cuestión de humanidad

El Papa recibiendo a refugiados y víctimas palestinas /Vaticano

Hace unos días y un año más, en el cementerio de Tarifa se rendía homenaje a aquellas personas que, tras el golpe de estado militar del 36, fueron asesinadas y les quitaron su vida de manera injusta, sin derecho a una defensa y ni tan siquiera, en muchos casos, a poderse despedir de sus seres queridos. Gente humilde sobre la cual se cebaron la envidia y otros sentimientos negativos de vecinos suyos. Siempre me ha llamado la atención la falta de empatía de algunas personas con el dolor de estos asesinatos. Gente que, sin embargo, se muestra muy condolida con los asesinatos de otras personas a las que ni siquiera conocen ni a sus familias, pero que han tapado con el velo de la desmemoria o, lo que es peor, la indiferencia hacia la muerte cruel de estos tarifeños y tarifeñas, de los cuales aún se buscan sus restos para poder ser enterrados con dignidad.

Lamentablemente, la historia de la humanidad está llena de ejemplos de asesinatos como estos. Lamentablemente, hoy en día, en muchas latitudes, el odio, la envidia, la deshumanización… siguen generando dolor y sufrimiento, muy especialmente en los más débiles. Lamentablemente, este dolor sigue siendo obviado por una parte de la población, que no empatiza para nada con este dolor, sobre todo cuando lo sufren las personas más desfavorecidas y débiles. Los asesinatos de niños, ancianos, mujeres y población civil en general en la franja de Gaza parece que se han normalizado en una buena parte de la población que, independientemente de sus creencias religiosas, filosóficas o sus ideas políticas, prefiere centrarse en otras cuestiones, como si con ellos no fuera el asunto.

Hoy ha fallecido en Roma el Papa Francisco, que, desde su cargo y lo que representaba, ha puesto el foco de atención en estas situaciones de injusticia con los más débiles. Seguro que la persona de Francisco generará tras su muerte una gran controversia y análisis, como ya había sucedido en parte durante su vida.

El máximo representante de la iglesia católica ha dado buena prueba de su preocupación por las personas que sufren dolor, presas de guerras siempre injustas, de decisiones económicas dirigidas más a enriquecer a unos pocos que a beneficiar al conjunto de la sociedad, del deterioro de la tierra como casa común por la sobreexplotación humana, de la necesidad de ejercitar la tolerancia y el respeto entre las personas (independientemente de sus creencias o ideologías), y así con un sinfín de actuaciones que han hecho que este representante religioso no haya quedado indiferente a nadie.

Francisco ha sido, sin duda, para muchas personas creyentes, un generador de ideas de apertura de la Iglesia Católica. También ha podido ser, para otros muchos creyentes, una persona que ponía en peligro una concepción tradicionalista de la iglesia (se han podido ver vídeos de sacerdotes rezando, pidiendo su muerte). Pero, sobre todo, me atrevería a firmar que para el conjunto de la humanidad ha sido y será un referente de persona que, desde sus creencias y convicciones, no ha olvidado a los más débiles, a quienes son excluidos de los beneficios que nos aporta vivir en una sociedad del siglo XXI. Como tampoco olvidó a los asesinados de manera brutal. Francisco también se posicionó sobre los asesinados y enterrados en fosas comunes del franquismo en España y no dudó en afirmar: “Una sociedad no puede sonreír al futuro teniendo a sus muertos escondidos”, defendiendo el derecho al “derecho a la verdad sobre lo que pasa, el derecho a una sepultura digna, a encontrar los cadáveres”, porque “los muertos no son para ser escondidos sino para ser enterrados”. Su nombre seguro que quedará grabado en la historia por su humanidad.