El nuevo gobierno se ha caracterizado por una forma peculiar de hacer política. Los titulares de prensa donde se salpica negativamente la imagen de las instituciones públicas han sido recurrentes. Pero, sobre todo, destaca su interés de ir contra la propia administración a la que deben representar. Los ataques a través de redes sociales o prensa descalificando a la administración pública han sido una constante.
Entre algunas de las características de esta forma de gobernar sobresale cómo se fomenta y permite la presencia de agentes externos como asesores en temas de vital importancia de asuntos públicos, lo que podríamos llamar abiertamente una injerencia de lo privado en lo público. Frente a ello, este gobierno ha desplegado un ataque frontal hacia el personal funcionario, especialmente cuando éste ejerce su trabajo siguiendo criterios técnicos y no directrices dadas desde el poder político. Las amenazas, cuando no materializaciones de toma de decisiones contra determinados funcionarios, están al orden del día y afectan al personal más técnico y cualificado.
Otra nota característica en la forma de gobernar de este nuevo gobierno ha sido el sometimiento de la vida política pública, es decir, de lo que afecta al bien común, al interés empresarial. La capacidad de condicionar la vida pública por parte de empresas privadas se ha hecho patente. Se ha llegado a alterar los propios organigramas del personal administrativo en función de no se sabe bien, qué criterio. La aparición de convenios con empresas privadas para la gestión de lo público está por ver dónde termina. Además, los beneficios económicos y laborales de personas ligadas al gobierno son claros y notorios.
En definitiva, un gobierno que ha desarrollado su labor de manera impulsiva cuando no vengativa; porque, visto lo visto, lo mejor aún puede estar por llegar. Por ello, los cien días del gobierno de Trump, como muchos analistas políticos han dicho, han provocado la desorientación por la falta de rigor en sus actuaciones.
La entrada de Elon Musk como asesor externo y de sus empresas en una especie de colaboración público-privada ha puesto en alarma a la opinión pública. Una gran cantidad de datos de personas han podido pasar a manos de esas empresas privadas y pueden ser utilizados con un fin muy distinto para el que fueron recabados.
Además, quienes se atreven a cuestionar determinada toma de decisiones pueden ser, por muy alto cargo que ocupen, víctimas de amenazas y de acusaciones de interferir en la labor del gobierno. El responsable de la Reserva Federal de Estados Unidos sabe bien de qué se habla, pero junto a él decenas de miles de trabajadores y trabajadoras del sector público de todas las escalas han sido “depurados” de una forma inimaginable hace una década. En este formato neoliberal de entender la vida pública, estorba todo; también los sindicatos que salen en defensa de sus trabajadores y trabajadoras cuando sufren acoso.
Trump y su gobierno usaron eso de “hacer grande América otra vez”, como si ellos solo fuesen América. Mucha gente trabajadora de los EEUU lo creyó a pies juntillas. Pero las promesas se van disipando, los mercados le marcan el rumbo, su estrategia parece no salir y ya está rectificando determinadas políticas. Su escasa calidad moral y humana en temas como Gaza lo presenta como lo que es, una persona que pone en peligro la democracia. Todo puede cambiar y la gente de su país puede empezar a ver la realidad de una forma más clara.
Lo paradójico es que este modelo neoliberal se replica y aparece con facilidad en distintos contextos. Sabemos que todo es cíclico y que todo cambiará, pero hay que estar atentos porque siempre hay gente dispuesta a vender progreso cuando lo que busca es otra cuestión bien distinta: su interés personal. Mucho de lo descrito aquí puede extrapolarse a otros lugares porque hasta en los rincones más recónditos, puede haber un aprendiz de brujo.