Nunca una simple afirmación que debería entenderse en plano positivo puede ser tan negativa y destructiva. La acuñada expresión del expresidente que nos metió en la guerra inventada parece que está dando sus frutos y los sectores más reaccionarios de la sociedad están poniendo cada día todo su empeño en derribar a un gobierno democráticamente elegido dentro de la Constitución y del sistema parlamentario español.
Por ello, a nadie le extrañará lo sucedido en Valencia cuando increparon al jefe del Estado, presidente del gobierno y presidente autonómico haya explotado con esa virulencia. Y digo que no extrañará no solo porque en una situación de una tensión acumulada tan grande con lo que ha sucedido allí, los afectados pueden perder los nervios (e incluso he leído que puede ser justificada). Lo digo, especialmente, porque esta situación se produce convocándose por redes sociales y parece no es un desahogo, sino un intento de linchamiento, algo que se convierte en unos hechos que deben ser condenables totalmente en cualquier circunstancia.
Sin duda, a nadie le extrañará que esto último (una protesta violenta orquestada) se haya producido cuando, desde distintos medios de comunicación, páginas web y canales en redes sociales, los elementos más radicales de la extrema derecha intelectual y ejecutiva no han parado de lanzar discursos hasta conseguir que la impotencia se haya convertido en un odio ciego contagioso, incluso para a los que la tragedia les ha pillado muy lejos.
Obviamente, si a ellos unimos que hay representantes públicos que desde posiciones ideológicas enfrentadas al gobierno progresista han aprovechado nuevamente esta luctuosa circunstancia para intentar desprestigiar al gobierno de España y hacerlo caer, podremos entender fácilmente que todos los ingredientes estaban preparados para que lo que ha pasado se produjera.
Y esto que ha sucedido en nuestro país no es nada más que la expresión de lo que la extrema derecha a nivel internacional está intentando allí donde hay gobiernos progresistas o donde pueden tener la posibilidad de gobernar. Lo vimos con el asalto al Capitolio estadounidense, con la revuelta en Brasil tras la victoria de Lula da Silva, y en otros muchos países. Quizás el caso más reciente ha sido el de este verano en Inglaterra, donde la extrema derecha, aprovechando el asesinato de menores, culpabilizaron a los migrantes y durante días tuvo en jaque a las calles de muchas ciudades inglesas con graves disturbios. Algo similar intentaron hacer en España con el asesinato del niño de Mocejón, pero, afortunadamente, la propia familia del pequeño salió a tranquilizar los ánimos y a dejar actuar a la policía, que descubrió que para nada tenía que ver ese luctuoso asesinato con lo que la extrema derecha decía y que no era otra cosa que volver a culpar a los migrantes.
Paradójicamente, son esos mismos migrantes que hoy se ven limpiando las calles y casas en los pueblos afectados por la Dana. Los hechos demostraron que lo importante no era la niña o el niño asesinado, sino crear a través de ese sentimiento visceral una situación de crisis en toda la población. Crear el miedo y el pánico para que la gente no tenga capacidad de reaccionar y afrontar los temas mirando el bien común.
Porque realmente, cuando grupúsculos extremistas fascistas que generan conflictos donde no los hay y usan la violencia como forma de resolución de lo que ellos han creado, las personas que creen en la democracia (los demócratas convencidos) deberían, con firme convicción, salir a la calle para salvar la democracia de esta ola reaccionaria. Una ola reaccionaria que, seguro, está movida por intereses de grupos muy poderosos que cuentan hoy con las herramientas del Internet. Y, sobre todo y dentro de éste, de las redes sociales, con el fin de desinformar y generar un batallón de inconscientes que primero se cree todo lo que dicen y, en segundo lugar, están dispuestos a ejercer la violencia con tal de imponer sus ideas. Por ello, no estaría de más recordar en estos momentos, que en la defensa de la democracia “el que pueda hacer, que haga”.