Desde la atalaya: Tradiciones.

En los últimos días ha saltado un debate sobre las tradiciones y tradicionalismos. De momento me viene a la cabeza la película “El violinista en el Tejado”. Nada más empezar, el tema «Tradition» describe los roles de cada miembro de la familia. Sin embrago, la realidad es cambiante y las tres hijas de Tevye, el lechero y protagonista de este filme musical, ponen en jaque estas tradiciones en lo referido a casarse con hombres que no cumplen con los parámetros establecidos por la familia judía de la época.

Así, su hija mayor rechaza la oferta de matrimonio con un judío carnicero adinerado porque a quien amaba era a un sastre pobre, y de esta manera rompe el acuerdo al que el padre había llegado con el primero. La segunda de sus hijas elige como pareja a un hombre judío, pero con ideas rebeldes, un revolucionario que defiende incluso que las mujeres estudien. Y aún peor para el lechero es cuando su tercera hija resuelve casarse con una persona no judía. Nuestro protagonista tendrá que ir aceptando cada caso, diría yo, en pos de la felicidad de cada una de sus hijas, porque es ahí donde radica el conservar o no una tradición, si esa forma de actuar hace o no feliz, limita o facilita el desarrollo de cada cual, etc.

Las tradiciones en cuanto a las fiestas son, posiblemente, las más dadas a generar huellas emocionales, y aún más si estas están ligadas con la religión. Muchos momentos familiares en dichas fiestas que arrancan desde la infancia acompañan nuestra existencia. Los lazos entre lo personal y lo colectivo se hacen una madeja de recuerdos aderezados por emociones como la felicidad del niño que monta en una atracción, la inquietud del adolescente que empieza a volar por sí mismo y llega tarde a casa, el deseo del reencuentro del adulto que muestra seguir estando y poder volver a brindar con familia y amistades, y la felicidad de la persona anciana que ve la cara a los más pequeños cuando montan en una atracción. Porque en ello se podrían reducir las tradiciones, en ese paso por distintos momentos de nuestra vida en los que emulamos lo que otros hicieron antes. Y aquí no debería de haber muchos problemas.

Sin embargo, cuando intentan imponer una costumbre hecha tradición y establecen que el comportamiento ajustado es el que las cumple, en ese momento las tradiciones pueden y deben ser superadas para poder ser felices, como las hijas del lechero. A nadie se le escapa que algunas tradiciones las hemos visto nacer. Es el caso de la Tomatina, de la celebración del 31 de diciembre durante el verano, etc. Concretamente, en Tarifa, se ha intentado hacer una tradición con el arrastra-latas la tarde de Reyes, algo que sólo es una burda copia de una práctica que se inició en Algeciras.

Porque hay que tener mucho cuidado con las costumbres que pueden convertirse en tradiciones y que pueden suponer una involución. Nos llama mucho la atención que en la celebración de los plenos municipales en el ayuntamiento los concejales y concejalas cuando toman la palabra utilicen la forma del lenguaje jurídico «con la venia». Es una costumbre que, de seguir así, se convertirá en una tradición, pero que desde luego no está acorde al funcionamiento democrático de la institución, pues el derecho a tomar la palabra lo ha dado la ciudadanía con sus votos y el alcalde solamente tiene que facilitar ese derecho, no darlo. Esto último sería una involución.

Dicho esto, se acerca el mes de septiembre, el que más tradiciones festivas religiosas vive nuestro pueblo. Con la llegada de la patrona, La Virgen de la Luz, independientemente de las creencias de cada cual, los tarifeños y tarifeñas reviven un sinfín de recuerdos y emociones que deberían hacer de esos días un disfrute de esas tradiciones que nos hacen sentir cercanos a quienes no están ya con nosotros.