Recorrer las calles de la Tarifa de siempre y ver una tras otra las puertas de nuestros patios con unas cajitas para poner las llaves de los alojamientos turísticos es algo que en los últimos años se ha disparado en el casco histórico y nos indica, al menos, varias cuestiones.
El centro de Tarifa se dedica, en buena parte, a hospedaje turístico. Aunque sólo unos pocos de estos edificios están señalizados como tales, las cajitas en las puertas de la calle los delatan. Ello implica que durante varios meses (y, especialmente, en fines de semana) el centro vuelva a ser un hervidero de gente, como los antiguos patios que acogían a familias extensas. Pero hay varias diferencias, ya que en ellos apenas se establecen relaciones sociales, sólo sirven, en el mejor de los casos, para descansar y no dejar descansar. La esencia de los patios donde se compartía el perejil y la cebolla que faltaba, así como las penas y alegrías, recorren los rincones de esos lugares donde ahora el trasiego de llegadas y salidas de maletas desdibuja lo que en su día fueron.
La aceptación de que todo cambia, como diría la canción inmortalizada por Mercedes Sosa, debe ser aceptada con normalidad. Imaginar que nuestra Tarifa, la que conocimos desde nuestra infancia, la que nuestros ancestros nos dibujaron en nuestros pensamientos y corazones es eterna es simplemente imposible. Si algunas de nuestras abuelas volvieran hoy y se pasearan por sus calles apreciarían mucho mejor los cambios, como cambiados nos verían también a nosotros. Mantenemos una respuesta emocional que nos hace ponernos frente al espejo y apenas apreciar los cambios en nuestro rostro. Igual ocurre cuando miramos nuestro entorno. Vamos por las calles conocidas, pero no vemos por ellas el paso del tiempo; sin embargo, mucho ha cambiado nuestro pueblo: calles llenas de comercios con fachadas de colores, terrazas cada una de un estilo o forma, elementos emblemáticos de la arquitectura cayéndose y siendo reemplazados por discotecas y bares de copas a gran escala, fachadas llenas de suciedad por las huellas de las suelas de quienes toman la copa en la calle con más ambiente. ¡Qué lejos quedan esos bandos que “obligaban” a los vecinos a cuidar sus fachadas manteniéndolas limpias!
Y es cierto que, al ser compradas por foráneos, muchas de estas edificaciones alargaron su vida, haciendo bueno el dicho de “finca vieja, amo nuevo”. Pero no es menos cierto que, este fenómeno que no es exclusivo de Tarifa, en otros pueblos (alguno limítrofe con nosotros) se ha paliado y han conservado mejor su casco histórico ya que los que han llegado se han adaptado al pueblo, y no al contrario. Y no es que en Tarifa no haya normas que lo facilite, es que no se sabe bien qué pasa y por qué algunas cuestiones se pueden hacer y otras no. Es hora de que desde la política se enarbole el discurso de querer recuperar Tarifa para los tarifeños y tarifeñas. Y con ello no nos referimos a tener “8 apellidos tarifeños”, pues hay muchas personas que se han instalado en los últimos años en nuestro pueblo y también comparten el deseo de cuidarlo como esa “rosa blanca que sonríe y entre dos mares reposa”. Quizás, porque todo cambia, así lograríamos que sólo cambiase lo superficial y no lo profundo.
Make Tarifa great again!