Desde la Atalaya: Partidos localistas, nada nuevo bajo el sol

Hace unos días, este medio de comunicación dio a conocer una noticia referida al encuentro de partidos independientes para conformar a nivel estatal una unión municipalista. Este tipo de partidos políticos y el intento de hacerlos confluir no es nada nuevo. Es más, podemos afirmar que son tan antiguos como la democracia en España. Muchos pueblos y ciudades han optado por fórmulas localistas que intentan vender a la ciudadanía su capacidad de decidir en los asuntos locales sin ninguna presión externa de ámbito superior. Toda una falacia llena de contradicciones.

La primera contradicción es que estos partidos autodenominados independientes (a mí me gusta llamarlos localistas) quizás no dependen de estructuras políticas superiores, pero, sin duda, sí de otro tipo de estructuras socioeconómicas. Normalmente, los partidos localistas responden a intereses muy concretos de determinados sectores sociales que inciden en ese municipio y para nada tienen que ver con la organización libre y espontánea de vecinos y vecinas preocupados por el devenir de su pueblo o ciudad.

La segunda contradicción es que, negando o rechazando pertenecer a estructuras supramunicipales (por considerarse ataduras), estos partidos al poco tiempo de aterrizar en la vida pública sienten la orfandad y buscan crear un grupo que les dé cobertura, más allá de los límites del término municipal, en las distintas administraciones.

Y en este punto aparece una tercera contradicción ya que la composición de estas estructuras supramunicipales no se suele hacer en función de contextos políticos cercanos, sino todo lo contrario: pueden aglutinar a pueblos de distintas zonas del estado español. Por ello, resulta incomprensible entender que esta unión de partidos localistas perteneciente a distintas comunidades autónomas vaya a tener nada que decir en las demandas de mejoras para cada municipio si tenemos en cuenta que las administraciones autonómicas son las que tienen mayor número de competencias en la vida de los pueblos y ciudades. Es decir, hay una contradicción manifiesta ya que cómo un alcalde de Nules o del Perelló de la Comunidad Valenciana va a coincidir con un alcalde o un concejal de un partido localista de la Comunidad Andaluza en qué se demanda y a quién se demanda. Los interlocutores, una vez creada esta agrupación, podrán ser de ámbito estatal, pero obviamente el desconocimiento de estos cargos públicos sobre el entorno político de una comunidad autónoma distinta a la suya debe ser supino y su única similitud en algunos casos es tratarse de municipios apetitosos para la especulación urbanística por tener una gran afluencia turística.

Por no decir otra contradicción que a la suma vendría a reflejar el escenario real en el que se mueven, y es que estos partidos suelen utilizar su mínima representación para ganar u obtener de las grades fuerzas políticas prebendas con respecto a otros municipios. Algo que se asemeja a eso que llama chantaje en los partidos independentistas. Pongamos un ejemplo: el partido La Línea 100×100 obtiene más recursos de la Diputación Provincial por apoyar de forma tácita a la derecha en esa institución. Por ello, resulta difícil entender que ese partido estuviese dispuesto a repartir esas prerrogativas con otros grupos localistas de la provincia o ni tan siquiera del Campo de Gibraltar.

Lo cierto es que a poco que se conozca algo de la política municipalista de este país, se puede convenir que esta noticia no aporta nada nuevo porque muchos de los partidos localistas autodenominados como independientes que han surgido en las últimas décadas en España se han intentado organizar a nivel estatal. En este sentido, quizás la propuesta más fuerte y que mayor peso llegó a tener en el Estado español fue la Plataforma de los Independientes de España (PIE), creada en 1994 por Gabriel Camuñas tras abandonar el PP. Esta plataforma quiso ser una especie de federación de partidos independientes y en algunos lugares llegó a tener una cierta importancia como muestra un artículo de El País de abril de 1995 antes de las elecciones municipales, y referido al ayuntamiento de Madrid en el que se afirmaba “Los Verdes y la PIE se convierten en alternativas”. En ese momento, la PIE llevaba como número uno al ayuntamiento de la capital a Ángel Matanzo, político polémico y camaleónico que antes había pertenecido a Alianza Popular- PP y terminó en una candidatura de extrema derecha. Le acompañaba como candidato a la comunidad el populista doctor Alfonso Cabeza.

No menos ilustrativo, en este ecosistema de partidos localistas, es la trayectoria del GIL (Grupo independiente Liberal) del ínclito presidente del club de fútbol con el mismo apellido. Dicho partido se encuadraba en un espectro ideológico del ultraliberalismo, conservadurismo social y populismo; es decir, un Trump pero al estilo Torrente. Este grupo llegó a tener varias alcaldías de la codiciada Costa del Sol, se implantó en la Línea, San Roque y Ceuta y llevó, en su última etapa, sus tentáculos hasta la costa gaditana. Todo el mundo sabe cómo acabó. Aquí, como en otros tantos casos, se mostró que ese término de independiente podía significar cualquier cosa menos lo que quería aparentar. Nada nuevo bajo el sol.