El año se despide con un nuevo decreto del gobierno de España para proteger aquellos sectores sociales más desfavorecidos. Un decreto propio de la coalición progresista que lo compone y apoya, y que se sitúa en las antípodas de lo que la derecha hace cuando gobierna.
Cabe destacar que, pese a las vicisitudes internas de cada partido que lo conforman y de algunos de los grupos que apoyan a dicho gobierno, la legislatura comienza como terminó la anterior, es decir, con un claro sesgo hacia políticas progresistas, entendiendo por este término “aquel que se preocupa de acercar al progreso a la mayor parte de la población y no reservarla para unos pocos” (que sería elitismo y es más propia de políticas conservadoras o de derechas). La prueba de cómo se entiende la política por unos y otros es clara. Sólo hay que ver lo que ha hecho el gobierno conservador de la Junta de Andalucía en los últimos años de crisis con respecto al apoyo a los sectores sociales más desfavorecidos: nada o casi nada, que es lo mismo.
Y en este escenario uno se plantea lo importante que es explicar a la gente de a pie cómo influyen las decisiones políticas en su vida diaria. Resulta obvio que hay algunos discursos políticos facilones que venden, por ejemplo, que lo importante es poderte tomar una caña. Los personajes políticos que los proclaman (muchos de ellos nacidos de grupos de intereses que los manejan por detrás) lo hacen al tiempo que desmantelan la educación y la sanidad pública, no toman ninguna medida para compensar las desigualdades y siguen privatizando a favor de los más pudientes. Son, por así decirlo, una muestra clara del neoliberalismo económico que gira a la sociedad hacia una jungla, donde los poderosos se manifiestan para no perder sus privilegios.
El neoliberalismo provoca un modelo de sociedad que, hoy por hoy, está claramente representada en el Madrid de Ayuso, donde un porcentaje importante de la población apoya a unas siglas políticas que toma decisiones contra los intereses generales de la gente. Y ello puede ser así porque ese sector de población entiende que la suma de las mejoras individuales es igual a la mejora de la sociedad. Esta ecuación tan dada a ser enarbolada por los teóricos conservadores no deja de ser una mentira con las patas muy cortas. Lo que ello representa en un liberalismo económico exacerbado no es nada más que “cuanto más poderoso eres, mayor capacidad tienes de enriquecerte”.
Lamentablemente, parece que parte de la sociedad acepta esta premisa y obvia que este enriquecimiento suele provenir de la generación o creación de pobreza en otros. Es un modelo que, aunque muchas personas crean que debería estar superado (pues la mejora del colectivo es mucho más que la mejora de los individuos), paradójicamente toma eco en clases sociales desfavorecidas que, quizás, anhelan o desean ese milagro personal que cambie su situación individual, aunque el resto de la gente de su alrededor se hunda en la miseria.
Incomprensiblemente, en estos tiempos otros pueblos han optado por dar soluciones neoliberales o ultraliberales a sus problemas económicos y sociales y esto va a servir sin duda como banco de pruebas para comprobar la falacia de estas medidas que antes de ponerse en marcha generan dolor y sufrimiento para la mayoría. Por aquí, por estas latitudes, solamente cabe esperar que el día a día de las políticas progresistas siga demostrando las mentiras del neoliberalismo y hagan tomar conciencia al conjunto de la sociedad que mejorar no significa cambiar la situación individual, sino establecer estructuras y relaciones sociales que garanticen a todas las personas una vida digna. Así que ya se sabe: “tú eliges, pero luego no te quejes”.