Por Candelaria Muñoz, Cronista Oficial de Tarifa
En la década de los años veinte del siglo pasado Tarifa era un pueblo semiaislado. La gente malvivía buscando el sustento con los escasos medios que le proporcionaba la pesca -a veces ingrata con los que se adentraban en el mar para buscar la forma de llevar sustento a sus familias-, la agricultura -recolectando cereales, principalmente trigo-, el ganado vacuno y de cerda, y poco más permitía, a los algo más de 12.000 habitantes de la ciudad, subsistir con más pena que gloria.
Tarifa era un pueblo típico y pintoresco, de calles estrechas y casitas encaladas, recuerdo de un pasado moruno. La calle Castelar -estrecha, colgando de sus salientes rejas, claveles y albahacas-, la calle del Lorito, Comendador, Caídas, Reina Regente… y sus recogidas plazoletas, como la de Alfonso XII, San Martín, Sagasta, Afligidos…
Lo mismo que sus antepasados, la mayoría de la población vivía dentro de sus históricas murallas árabes. Fuera de ellas, extramuros, apenas unas calles más: Batalla del Salado, San Sebastián, San José, Conde Niebla…
Su existencia transcurría en los viejos patios de vecinos, enjaulados en cuartos oscuros y mal ventilados, sin aseos, sin ninguna comodidad, solo ganas de vivir a pesar de las dificultades. Sin embargo, en el mes de diciembre las fiestas religiosas llenaban de algarabía la tranquila vida ciudadana.
!Pero echemos una mirada retrospectiva! Veamos qué ocurría, por ejemplo, en este mes de diciembre. Cerremos los ojos y viajemos en el tiempo.
¡Por fin llegó diciembre! Como preámbulo a las fiestas navideñas hemos acudido a la parroquia mayor de San Mateo. No podíamos dejar de acudir a los actos que se han celebrado en honor de la Inmaculada: “la Octava de la Purísima” y que ha predicado magistralmente el sacerdote de dicha parroquia, don José Gámez Coto. La nota musical la pusieron las niñas del colegio de la Inmaculada y el coro dirigido por el señor Acuña y estuvimos gustosos de escuchar las angélicas voces de las señoritas Mariana Marset, Luz del Pino, Luz Bermúdez, Juana Donda, Inés Benítez, Natividad Sáenz, María Gallardo o Elisa Lara.
Se suceden los días… El pueblo se despereza…
Antes del amanecer, las voces del llamador se oyen por el barrio de la Aljaranda llamando a los marineros. Es la hora de ir a la faena.
Las vecinas acuden a coger agua a la fuente del Mesón y a pozos públicos. Mientras los cacharros se llenan, las comadres curiosean y cuchichean. Aprovechan también para ir con sus taleguillas de tela a las tiendas de ultramarinos: La de Bartolomé Pérez en la calle María Antonia Toledo está llena de vecinas pidiendo productos a granel: -cuarto y mitad de azúcar, un octavo de aceite y tres perras chicas de achicoria… Apúntalo, que el sábado viene mi marido con el turno y te pago lo que te debo-.
El carro de la basura se cruza con el burro cargado de leña que lleva a la panadería del “Catorce”, allí en la calle Horno Peña. El bidón de aceite retumba, rodando calle abajo, para llevar su producto a la calle General Vives donde Antonio Criado Ramírez tiene su tienda de comestibles.
Muchas personas se acercan dejándonos la “tarjetita”, el aguinaldo: el barrendero, el mandadero de las pompas fúnebres… todos nos desean unas Pascuas muy felices -¡A ver qué propina les doy!- Porque ya he colaborado con una caja de higos para el aguinaldo del soldado, para los que están en África. Que están los pobres muy solos allí y no sabemos cuál será su destino …Mi vecina tiene unos calcetines sin usar, otros aportan pañuelos o bufandas. Cualquier cosa es buena para nuestros combatientes.
Ya el día veintitrés las comparsas andan por las calles cantando al compás de zambombas y panderos.
La plaza Alfonso XII y las calles Caídas, Clavel o Almedina se van llenando de la chiquillería que, gozosa, sin colegio, puede disfrutar de unos días de asueto. La escuela de niños, lo que antes era el pósito del trigo, ha cerrado sus puertas unos días. ¡La festividad lo merece! Bajando por la escalera de Herodes, algo más abajo, en la escuela de las monjas de las Hermanas Concepcionistas, se reza el Ave María. Los niños preparan la lata, la zambomba y el tambor mientras Juan Alba, jefe de la guardia municipal, vigila que no cometan ninguna fechoría.
En la iglesia de San Mateo suena la campana mientras el Sr. Bernal Puyana abre su pastelería “La Gaditana” en la calle Sancho IV.
A media tarde los barcos pesqueros llegan a puerto y los hombres terminan la dura faena del trabajo. Vuelven cansados a sus casas, pero antes… -Vamos a echarnos unos chiclanitas en el bar de la Bomba-; otros aprovechan para pelarse en la barbería de Miguel Balongo o pasan por la pastelería de Julio Grosso a comprar un dulce a los niños o mejor, unos bollos en la panadería de Miguelito Corrales.
Y llega el gran día. El día veinticuatro.
En la casa, las mujeres encienden el fuego de su cocina de carbón o el brasero de cisco y picón que ayer compraron en la Carbonería que Antonio Aranda tiene en la calle Santísima Trinidad.
!El día se presenta frío! Hoy es un día especial. Es la solemne fiesta de la Epifanía. Hay que preparar la gran cena de esta noche a la que acudirá toda la familia. Habrá que acercarse al mercado de abastos a comprar lo necesario para tal ocasión o a la tienda de Ultramarinos que Rafael Notario tiene en la calle de la Luz.
Las mujeres siguen cocinando. Chisporrotea el aceite donde se han de freír las tortas o los buñuelos y la zambomba no para de sonar mientras cantamos con inmensa alegría: “Arriá la zarza que ya sale el humo…”
Y por fin llega la noche mágica. La nochebuena. Al calor del hogar nos reunimos toda la familia en una fiesta íntima y hermosa. La alegría se impone por doquier y se celebra también con gran alborozo la tradicional festividad. ¡No en vano conmemoramos el nacimiento del Hijo de Dios! La zambomba, los panderos y los cánticos populares se adueñan de los hogares al compás de los clásicos villancicos. Vamos a comer el tradicional pavo, las tortas enmeladas (dicen que las de la “posá” de Curro el “Zacero” están riquísimas), mantecados y buñuelos. Los más pudientes saborearán los ricos alfajores, turrones, mazapanes, guirlache, flanes y dulces de los mejores. Se beberá el buen vino, el dulce anís, y el café con ron.
Después de terminar la cena, a las doce vamos a acudir a la iglesia parroquial de San Mateo para oír la misa del Gallo para celebrar rumbosamente la conmemoración del Nacimiento del Redentor del Mundo. La misa la oficia el párroco, señor Gámez mientras un coro de niñas dirigido por el señor Acuña canta sentidos villancicos. Al finalizar la Santa Misa, todos desfilamos en la ceremonia de la Adoración del Niño y el coro sigue deleitándonos con armoniosos ritmos navideños. La iglesia, como todos los años, se encuentra totalmente llena de fieles, tantas, que muchas no han podido entrar y optaron por asistir a la misa de la capilla del Hospital donde cantaban unas niñas dirigidas por el profesor Petisme, otros, se dirigieron a la bonita iglesia de Jesús, donde se oficiaba la misa de los Pastores.
Después de la ceremonia religiosa, vemos que las calles se encuentran muy animadas. La Calzada alberga numeroso público y por todas las calles, a pesar del frío tan intenso que hace, rondan muchachos formando comparsas con el general regocijo y algazara, cantando con zambombas y panderos. Asimismo, el Gran Café Central que Lázaro Trujillo tiene en la Calzada o el café de la Bomba, situado junto al mercado, están muy concurridos. Algunos abrazan el amanecer cantando y con alguna copa de más.
Pasado este día, todo volverá a la normalidad. Los hombres del pueblo a faenar; las mujeres a trajinar: cocinar, lavar en el río Angorrilla, coser o ir al mercado; los niños a la escuela… El pueblo paseará por la Alameda de Alfonso XIII y los más adinerados, se divertirán asistiendo al Casino o al Círculo Mercantil a echar su partidita o a escuchar veladas musicales en el salón Medina.
Todo un pequeño mundo donde la solidaridad y la sencillez reinará en este nuestro humilde pueblo de Tarifa.
Mi reconocimiento a un buen trabajo sociológico sobre nuestro Tarifa de “aquel entonces”.