Mandar obedeciendo es una expresión que escuché en varias ocasiones a un político municipalista que, durante más de una década, tuvo la responsabilidad de ser alcalde. La frase que, aparentemente, podría resultar contradictoria, no deja de ser una declaración de principios donde la acción de gobierno está basada fundamentalmente en escuchar a la ciudadanía como forma de detectar las cuestiones que más preocupan a la misma y, sobre todo, de dar respuestas positivas a estas. Pero, al mismo tiempo, mandar quiere significar (o al menos para mí significa en este mensaje) la capacidad que tiene que tener todo gobernante de ejecutar las medidas que permitan la convivencia de los vecinos y vecinas.
Lamentablemente, muchas veces mandar se identifica con hacer desde el poder lo que uno considera, sin criterio claro ni fijo y sin unos objetivos de mejora del bien común. Y por ello, no es de extrañar que aparezcan noticias donde el mandar sea usado para beneficiar los intereses particulares de unos pocos, para subirse los sueldos como cargos políticos o simplemente para que determinadas cuestiones que se deben de controlar, así como el que no quiere la cosa pasen desapercibida. El poder es, fundamentalmente, una herramienta de transformación al servicio de la colectividad, pues de la colectividad surge.
Asimismo, observamos cómo muchas veces cuando las personas acceden a una cierta parcela de poder o responsabilidad política son los propios vecinos los que cambian su actitud hacia dicha persona. Llama la atención que gente que nunca ha ido a un acto cultural durante años aparezca en los mismos y que ellos quieran ser los protagonistas en las redes sociales antes, durante y después del espectáculo. Llama la atención que, también, mucha gente de a pie que ni siquiera saludaba a los nuevos cargos políticos ahora se fundan en abrazos, besos y apretones de manos con quien detenta el poder al considerar posiblemente que el rendir pleitesía puede traerle algún beneficio. Ello puede conllevar que situaciones de abusos o poco éticas sean validadas por la ciudadanía, sobre todo cuando se escenifica esa estima hacia un cargo público no por lo que hace o deja de hacer, sino simplemente porque detecta el poder como capacidad de hacer lo que se quiera.
La vida política municipal debería estar exenta de esa concepción del poder que se erige como la cúspide de la pirámide y apostar por una idea del poder que se base en la participación y vertebración social a través de distintos consejos sectoriales donde la pluralidad de la ciudadanía esté representada y donde se escuchen todos los puntos de vista. Posiblemente, si se optase por este paradigma de la corresponsabilidad política o del poder político local compartido, muchos de los problemas que aquejan a los vecinos serían solucionados desde la participación y el consenso, ya que quien pide soluciones también tiene que aportarlas.